2004-09-21

De JotaMario Arbeláez en El Pais:

Recuerdo que la primera vez que nos invitaron a hoteles fue cuando los famosos Festivales de Arte que organizaba Fanny Mikey. Nuestro trompo de poner era el profeta Gonzalo Arango -el que fundó y fundió el nadaísmo-, que llegaba de Medellín o Bogotá, y quien en los diez días del evento aprovechaba para matar las hambres atrasadas y adelantarse a las futuras. Lo acompañábamos como testigos en la cafetería del Aristi, sin derecho a la ingestión más que de café, a contemplarlo rociar con limones ombligones partidos por la mitad carnosas tajadas de papaya, rociar la sal sobre unos huevos pericos con tocino, cebolla y tomate que despedían un humo amarillo como nuestros rostros famélicos, servir el espumeante chocolate desde una jarra y consumirlo acompañado con panes recién tostados esparcidos con finas mantequillas y mermeladas. Hasta el agua que sudaba del frío nos era un regalo del cielo. “Mientras el jefe coma y beba”, nos decía, “vosotros no sufriréis ni de hambre ni de sed de justicia. Algún día os tocará a vosotros y lo haréis en memoria mía”. Él era así, todo mesiánico y jesucrístico, y por eso muy pronto se nos torció hacia la pandilla del Espíritu Santo, luego de haberse postulado como precoz Anticristo.


Francamente, hace mucho tiempo no reía tan duro y tan seguido. Y pensar que el fin de semana me lo encontré en Chipichape de la mano de su mujer. Francamente, se me antoja que este hombre (que admiro y respeto) está encerrado en su propio cliché.

Lo digo (ignorantemente) al juzgar su pinta y su compañía. A un poeta del nadaísmo uno espera verlo en chancletas y con un porro en su mano izquierda, y con severenda rubia oxigenada en la otra. Tremenda dececpción: un hombre tranquilo, sin pretensiones, bastante normalito.

Que cosas, no?